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ta perspectiva, nueva en relación con la fraternidad pri– mitiva, el hermano Elías, al que el cronista se refiere un tanto incidentalmente, como al mismo san Francisco, es visto como un destructor de la Fraternidad, ya que "dis– ponía a su capricho de muchas cosas no convenientes pa– ra la Orden" ( Crónica, 61). Jordán de Giano no es sólo el me1norialista que, a 1 l final de su vida, se esfuerza por recordar hechos y perso– nas, fechas y lugares, intercalando algunas anécdotas, al– gunos toques de humor, sino un hermano entusiasta de su vocación y de su Orden, ya tan distante de la espon– taneidad y la frescura de los primeros tiempos, pero que, en otro contexto y otro estilo, se esfuerza por mantener– se fiel a la inspiración original. Y, ciertamente, un aire primaveral recorre las pági– nas de esta vieja crónica, al igual que la de Eccleston, trayendo todavía el perfume de los orígenes, como se trasluce en la siguiente anécdota: un grupo de herma– nos se había instalado junto a una iglesia abandonada y ruinosa en ,zas afueras de la ciudad de Erfurt. Un delega– do de los vecinos se acercó al hermano Jordán, que era el superior, preguntándole si querían que les construye– ran un pequeífo convento con su claustro. Jordán, "que nunca había visto un claustro en la Orden", contestó: "No sé qué es un claustro; constrúyannos un albergue junto al río, para que podamos bajar a lavarnos los pies. Y así se hizo" (Crónica, 43). Cuando Jordán dictaba su Crónica había ya en Ale– mania más de un convento con su claustro. Tomás de Eccleston, de quien no tenemos mayores referencias, ingresó en la Orden hacia 1232. Escribió una Crónica, que él llamó "tratado", titulada "De adventu fratrum in Anglia": Llegada de los Hermanos a Inglate- 10

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