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No obstante, una vez dijo a aquel hermano que era su amigo, que ciertamente debían edificar construcciones suficientemente amplias, de manera que en el futuro los hermanos no las hicieran todavía más grandes. 51. Adición. El hermano Roberto de Slapton me contó que cuando los hermanos vivían en una casa arrendada, antes de tener un terreno pro– pio, el guardián tuvo la siguiente visión: vio que san Francisco venía al convento. De pronto los hermanos corrieron a su encuentro y lo lleva"' ron a la terraza. El se sentó mirando a su alre– dedor en silencio, durante largo rato. Mientras los hermanos estaban llenos de estupor, el guar– dián preguntó: "¿En qué piensas, Padre?". San Francisco respondió: "¡Mira esta casa!"; él, obedeciendo, se volvió a mirar, y he aquí que toda la casa le pareció hecha de ramas entrete– jidas-, de barro y paja. San Francisco dijo a los hermanos: "Así deberían ser las casas de los hermanos menores" 36 • Entonces el gu1rdián tomó agua, le lavó los pies y besó las llagas de los pies. Estos hechos, creo, acontecieron al her– mano Roberto. Yo mismo he conocido a un fa– moso predicador que confesaba públicamente que, a causa de su preocupación por construir los conventos de una ciudad, había perdido el gusto de predicar y el fervor que acostumbraba experimentar en la oración. 62. También el hermano Juan, visitador de los her– manos predicadores en Inglaterra, dijo a propósito del 36 Cfr. EP 10-11; 2C 56. 117

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