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72 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. fueron a esconder rápidamente a las profundidades del mar y del río. Entonces, el Santo Predicador volvió sus espal– das al mar y comenzó a hablar a la multitud que le rodeaba. La palabra de Fray Antonio fluía de su boca, cálida y espontáneamente, como reguero de luz celestial que penetraba en los corazones. Mu– chos se ponían de rodillas en la arena de la playa, llenos de santa compunción. Las mujeres lloraban. Los hombres estaban serios y pensativos. Se hizo un profundo silencio. Hasta las olas del mar pa– recían suavizar sus murmullos. La voz de Fray An– tonio continuaba resonando sonora, insinuante, pe– netrando hondamente en el alma de los oyentes. Su sermón produjo un efecto maravilloso, inespe– rado. Todos cuantos le oyeron aquel día se convir– tieron a la verdadera fe de Cristo. En toda Rímini no se hablaba más que del por– tento que había realizado aquel fraile desconocido. Desde aquel día, los sermones de Fray Antonio eran escuchados con avidez. Viendo el Santo el copioso fruto de su predicación, se determinó a permanecer allí varios días. En todas las reuniones y corrillos el tema de la conversación era el fraile predicador. Aun los más recalcitrantes se iban rindiendo a la fe, merced a los razonamientos del franciscano. Todos se hallaban confusos ante las palabras llenas de alto sentido teo-

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