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SIEMBRA DE APOSTOL 63 un instrumento unido a Dios, y esta unión con Dios es lo que puede asegurar el éxito real en sus pre– dicaciones. No ha de ser canal por donde corra el agua de la gracia, sino presa que esté bien llena de esa agua divina, a fin de que al comunicarla no se quede vacío de ella. El verdadero apóstol debe dar Jesús a las almas, y para esto es menester que esté antes lleno de El. El apóstol necesita también la humildad, a fin de que se mantenga en la firme persuasión de su propia incapacidad para mover los corazones. Ha de pensar que no es más que instrumento en la mano de Dios, algo así como la máquina de escri– bir que no imprime en el papel más que las pala– bras que marca el mecanógrafo. Por eso, no ha de envanecerse por el fruto que haga en· las almas, porque Dios es principalmente quien lo. produce. «Ni el que planta ni el que riega es algo -dice San Pablo-, sino Dios que da el crecimient0>1. El apóstol ha de poseer las ciencias eclesiásticas, en especial la Teología y la Sagrada Escritura. Para enseñar las verdades de la fe, antes es preciso estar bien empapados en ellas. Estas verdades se contienen en la santa Biblia y son explicadas y profundizadas por la Teología. Si falta ese conocimiento, por más que el orador posea las ciencias profanas y hable con elegancia y elocuencia, el fruto será escaso. Fray Antonio, al lanzarse a predicar el Evange-

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