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LA LUZ SE DESCUBRE 57 te Paulo y tomó parte en aquella fiesta tan llena de santas emociones, la que sin duda le hizo renovar sus fervores eucarísticos. La ceremonia de la Ordenación había terminado. Los nuevos sacerdotes, con sus acompañantes, se habían unido en fraternal ágape, en el cual reina– ban la alegría y la cordialidad. En vez de los brin– dis que ahora tanto se estilan, sobre todo en los banquetes profanos, se solía entonces pronunciar algún pequeño discurso con el que se enfervorizaran los comensales y se movieran a servir más fielmente al Señor. Como la frugal comida se tenía en el convento de los franciscanos, el Provincial de ellos rogó con insistencia a los dominicos que uno de éstos pro– nunciara una plática que sirviera a todos de ali– mento espiritual. Los dominicos se excusaron, ale– gando que no estaban preparados para ello. Enton– ces Fray Gracián, conociendo ya el espíritu de Fray Antonio, le ordenó que dijera algunas palabras de edificación. Fray Antonio se sintió un tanto cohibido. Tam– poco él estaba preparado para la plática. El audi– torio era selecto. Se componía de varios secerdotes y de clérigos aspirantes al secerdocio. Pero lo que más retenía a Fray Antonio para hablar era su pro– funda humildad. No aspiraba sino a vivir escondido y olvidado de todos, gozando de la soledad, para él

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