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56 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. Esto mismo es lo que tuvo lugar en el gran apóstol franciscano San Antonio de Padua. Hasta aquí, su vida estuvo escondida con Cristo en Dios. La oración, el estudio y la penitencia fueron sus ocupaciones preferidas. Es verdad que, en sus ansias de martirio, partió a Marruecos a predicar la fe de Cristo; pero su expedición fracasó y no le fue po– sible realizar su ideal. Así fue transcurriendo su ju– ventud en el silencio, en la oscuridad, en el total apartamiento del mundo, y todo esto se intensificó en el retiro de la agreste soledad de Monte Paulo. Mas el Señor, que le destinaba para uno de los más portentosos apostolados, cuando menos se pen– saba, de improviso, le deparó la ocasión para que la vida interior concentrada en su alma irrumpiera al exterior, manifestando así la luz que brillaba en su mente y el fuego ardoroso en que se abrasaba su corazón. Era la Cuaresma de 1222. En Forli, ciudad cer– cana al eremitorio de Monte Paulo, iba a tener lugar un acontecimiento de alguna importancia. Eran las témporas y se conferían las órdenes sagradas. Varios religiosos dominicos y franciscanos se disponían a recibir el Presbiterado. Acompañaban a los orde– denandos, varios sacerdotes de las dos Ordenes y, al parecer, los franciscanos estaban presididos por el mismo Ministro Provincial, Fray Gracián. Con este motivo, Fray Antonio dejó también el retiro de Mon-
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