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50 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. En aquella agreste soledad se instaló Fray An– tonio, ansioso de gozar de su íntimo recogimiento. Desde su llegada al eremitorio se propuso llevar una «vida escondida con Cristo en Dios>>, con la que pudiera remontarse a las más altas cimas de la per– fección cristiana. Habiendo fracasado en su ideal de martirio, surgió en su alma otra aspiración, con la cual podría saciar las ansias amorosas de su cora– zón. Todo su afán en aquel retiro, para él tan deli– cioso, lo cifró en probar su amor a Cristo por me– dio de la contemplación y la penitencia. Había allí una celda abierta en la concavidad natural de la roca. Mas que celda era una verdadera gruta. Su abertura estaba cubierta con múltiples ra– mas de carrasco. Sólo dejaba sin cubrir un pequeño claro de la entrada, por donde podía contemplarse el azul del cielo. Fray Antonio la vio y quedó pren– dado de ella. Le pareció muy a propósito para la oración y la penitencia que pensaba practicar en aquel retiro. Pertenecía a un Hermano de aquella comunidad, el cual, con gentileza franciscana, se la cedió al portugués. Después de la misa, las plegarias matinales y los trabajos manuales que se impuso para servir al ere– mitorio, se dirigía lento y recogido a aquella cel– dilla y en ella permanecía hasta la tarde, ocupado en altísima contemplación. Con frecuencia hacía allí la comida, consistente en pan y agua. Su alma
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