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44 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. arriar las velas y echar mano a los remos. Todo inútil. La nave era empujada por el viento hacia el Oriente sin poderlo remediar. En medio de aquella horrible tempestad, el co– razón de Fray Antonio gozaba de una calma deli– ciosa. No sabía adónde les guiaría la nave. Pero tenía fe ciega en la divina Providencia y se acogía a Ella como un niño que se arroja en los brazos de su madre. Después de luchar una y otra vez con los vien– tos y las olas, siguiendo la nave hacia el Oriente, al fin lograron divisar una costa de tierra verde que se recortaba en el azul del mar. La alegría se re– flejó en todos los rostros, mientras resonaban estos alborozados gritos : - ¡ Tierra ! ¡ Tierra ! Suavemente fueron acercando la nave a la orilla y, por fin, saltaron a tierra. Mas no era Portugal, ni España, adonde habían logrado arribar, sino Sicilia, y la ciudad que se ofrecía a sus ojos era Mesina. Muy luego de su arribo a Sicilia, se enteró Fray Antonio de que a las afueras de Mesina había un convento franciscano y allí se encaminó en busca de hospitalidad. Allí fue recibido con cordiales muestras de afecto y alegría franciscana. Aquellos religiosos eran sus hermanos. Vestían el mismo há– bito. Se ceñían también con idéntica cuerda blanca
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