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42 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. sas marinas y escuchando el rumor de las olas, pa– recía sumirse en la más alta contemplación. Soñaba en las conquistas que podría hacer para Cristo en– tre los infieles. Sobre todo la idea del martirio sur– gía en su alma como luz del cielo que le inundaba de felicidad. Esta idea le llenaba de amor. El mar– tirio era para él la prueba más evidente de su amor a Cristo. Era la total entrega de la vida al Amado de su corazón, al cual se había consagrado desde sus tiernos años. Despu~s de varios días de navegación, llegó al fin Fray Antonio con su compañero a las costas de Africa. Tendió alrededor sus ojos y vio que se le abría un amplio campo de apostolado. Lleno de gozo, pensaba que su deseo de martirio, no tardan– do el tiempo, sería para él una bella realidad. Pero, ¡cuán distintos son los pensamientos de Dios de los de los hombres, aunque sean santos! Dios penetraba el fondo del corazón de Fray An– tonio, lo veía todo inflamado en el fuego de la di– vina caridad, la que le hacía suspirar por el mar– tirio. Mas aquel martirio no entraba en los planes de su divina Providencia. Apenas había llegado a tierras africanas, cuan– do he aquí, que sin saber cómo ni por qué, se pone en– fermo. Una fiebre alta y molesta le retiene en el lecho. Y así enfermo se pasó todo el invierno sin poder ejercer ningún apostolado entre los mahome-
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