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210 APENDICE Aquel hombre, sorprendido e indignado, miró arriba y vio que entre unas macetas desaparecía precipitadamente la mano que había arrojado la imagen. Supuso que allí vivía la persona que había tenido aquella osadía. Subió a toda prisa la escalera y llamó a la puerta del cuarto de donde suponía que había sido arrojada la imagen. Asustada, la madre, se fue a abrir la puerta, mientras que la hija, llena de miedo, se escondía en el lugar más secreto de la casa. La madre procuró calmar al enfurecido visitante, contándole con sencillez todo lo que había ocu– rrido. El joven caballero, mientras la escuchaba, se iba calmando y, por fin, la indignación s,e trocó en lástima y simpatía por aquellas pobrecil!as mujeres. Quiso ver a la atrevida joven que había arrojado la imagen a la calle y oír de sus labios la historia de aquel gesto de indignación femenina. Se presentó la joven, y el caballero, viendo su modestia y hermosura, quedó prendado de ella, y de pronto se ofreció a ser el marido que le enviaba San Antonio. Quedaron sorprendidas madre e hija; mas no acep– taron por el momento aquel ofrecimiento hasta que con el tiempo, después de conocer las cualidades del novio y sus medios de vida, concertaron el matrimonio. Que aprendan nuestras lectoras a no desesperarse, si no encuentran novio tan pronto como se lo pidan a San An– tonio. Que sigan pidiéndoselo confiadamente, que el Santo las escuchará, o al menos las dará la resignación de que– darse solteras.

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