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202 APENDICE cerradura del almacén. Viendo que era inútil intentar abrir la puerta, llamó a un cerrajero. Este, después de varias pruebas con diversas llaves, en lo que empleó una hora, se determinó a forzar la, cerradua. Mientras el obrero se fue a buscar las herramientas para ello, a la joven Luisa se le ocurrió acudir a San Antonio, su santo predilecto, pensando que el Santo le concedería la gracia de abrir la puerta sin descerrajar la cerradura, si le prometía una li– mosna para los pobres. Así lo hizo. Cuando llegó el ce– rrajero, le pidió que probara de nuevo las llaves. Probó el cerrajero, y con la primera llave que puso entonces en la cerradura, abrió sin dificultad la puerta. Este favor, alcanzado por la intercesión de San Anto– nio, acrecentó grandemente en la joven Luisa Bouffier la devoción al Santo de Padua. Colocó su imagen en la tras– tienda del comercio y allí la daba culto. Su ejemplo fue seguido por otras muchas personas de Tolón. La devoción fue creciendo, y gentes de todas las clases sociales acudían a la trastienda, de suerte que ésta se vio transformada en algo así como en una pequeña capilla dedicada a San An– tonio. Oficinistas, obreros, médicos, publicistas, nobles se– ñoras y muchachas de servir iban a orar ante la imagen de San Antonio y depositaban sus limosnas para los po• bres en el cepillo allí colocado. Unos pedían a San Antonio un feliz viaje; otros, colocación. Una madre imploraba la salud de su hijo; otra, el buen éxito en los exámenes, y no faltaban quienes suplicaban al Santo la conversión de algún pariente y amigo. Con esto, los favores se multipli– caban y todo esto con beneficio de los pobres, porque así abundaban para ellos las limosnas. Así, tan sencilla y calladamente, en la oscuridad de la trastienda de un modesto comercio, nació esta gran obra antoniana, que ha hecho tanto bien a la sociedad.

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