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FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. aquel aposento, y con gran sorpresa suya se encuen– tra con una gran multitud de gorriones que quietos y silenciosos esperaban su libertad. Esta leyenda de la infancia de San Antonio se ha hecho popular, de suerte que existe cierto ro– mance de ella a propósito para ser cantado. Mas esta leyenda nos pone de manifiesto la piedad ex– quisita que adornaba el alma de nuestro Santo ya en su más tierna edad. El niño Fernando iba creciendo en años. No bastaba a sus padres que fuera piadoso y que cada día intensificara su religiosidad. Era además nece– sario darle una educación esmerada en el orden in– telectual. Aquella inteligencia privilegiada de la que daba muestra, debiera ser ilustrada, enriquecida con las ciencias acomodadas a su edad. Encomenda– ron al niño a los desvelos del Maestres-::uela de la Catedral. Día tras día iba a dar sus lecciones y poco a poco se fue iniciando en todos aquellos estudios que por aquel tiempo se daban en las escuelas cate– dralicias. De este modo, en pocos años, se halló im– puesto en la Gramática, la Retórica, la Música, la Aritmética, la Geografía y la Astrología. Era un discípulo aprovechado. Sobresalía entre sus com– pañeros por su aplicación. Así, entre piedad y estudio, se fue acercando a la juventud. Al mismo tiempo que caldeaba su

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