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188 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. que se adelantaron a los demás con su ejemplo. En efecto, Sixto IV en sus letras apostólicas «Inmensa)), del 12 de marzo de 1472, escribe: «El bienaventura– do Antonio de Padua brilló como astro luminosísimo y consolidó nuestra fe ortodoxa y la Iglesia católica con sabiduría y doctrina de las cosas divinas y con su predicación fervorosísima)). Asimismo, Sixto V en sus Letras Apostólicas del 14 de enero de 1586, pro– vistas de su correspondiente sello plomo, afirma que «el bienaventurado Antonio Lisboeta fue varón de santidad eximia... imbuído además de divina sabi– duría». Y nuestro inmediato predecesor, el Papa Pío XI, en su Epístola Apostólica «Antoniana solemnúrn dirigida el 1 de marzo de 1931 al Excmo. P. D. Elías dalla Costa, Obispo entonces de Padua y ahora Car– denal de Florencia, con motivo del séptimo cente– nario del venturoso tránsito del bienaventurado An– tonio, pondera también por su parte aquella divina sabiduría de la que tan copiosamente estuvo dotado este gran Apóstol franciscano y con la cual trabajó por instaurar la integridad y la santidad del Evan– gelio. Reproduzcamos las propias palabras tan ade– cuadas, de dicha Epístola: «El Taumaturgo de Padua iluminó con su sabiduría cristiana e impregnó como quien dice con la suavidad de su virtud su borrascosa época, universalmente infeccionada por la depravación de costumbres... Su eficacia y destreza apostólica brilló sobre todo en Italia, donde soportó tan abrumadora
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