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DOCTOR EVANGELICO 187 como los modernos, y alaban su sabiduría con los más amplios elogios y levantan hasta los astros la virtud de su elocuencia. Desde luego, cualquiera que lee con atención sus «Sermones», se encuentra con un Antonio versadísimo en las Sagradas Escrituras, con un teólogo eximio en el análisis de los dogmas y con un doctor y maestro insigne en el modo de tra– tar de materias ascéticas y místicas. Cosas todas que, tomando como un tesoro del divino arte de la elo– cuencia, están llamadas a prestar no pequeños servi– cios, sobre todo a los predicadores del Evangelio, como que constituyen una especie de erario riquí– simo, del que los oradores sagrados particularmente pueden sacar en abundancia poderosos argumentos para defender la verdad, deshacer los errores, refutar las herejías y reducir al camino recto los corazones de los hombres extraviados. Mas por cuanto Antonio hizo un uso muy fre– cuente de textos y sentencias tomadas del Evangelio; con toda justicia y derecho se le debe el título de «Doctor Evangélico». Y con tanta mayor razón cuan– to que muchos Doctores en Teología y predicadores de la divina palabra, que siempre bebieron y amplia; mente beben hoy día su inspiración en este manan– tial perenne de agua viva que es el Evangelio, consi– deran a Antonio como Maestro suyo y Doctor de la Santa Iglesia, siendo los mismos Romanos Pontí– fices los autores y patrocinadores de tal juicio y los

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