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180 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. abismaba en la contemplación de la esencia de Dios. Mas San Antonio no estuvo siempre gozando de las mieles de la divina contemplación. Como ha– brán visto nuestros lectores, él fue un asceta que practicó la más austera penitencia; mortificó su cuerpo con vigilias, ayunos, disciplinas y cilicios. También se vio obligado a pasar por las pruebas con que Dios purifica a sus elegidos. Mas todo esto queda oculto en la figura que se presenta al pueblo. Aún nos atrevemos a decir más : al pueblo no le interesan esas cosas. De una manera casi incons– ciente las pretende olvidar. El pueblo busca la dul– zura, la amabilidad, la belleza, todo aquelJo que confo1ta el corazón, que ·alivia el dolor, que eleva a un mundo de ensoñación, de idealismo, de poesía. La figura de un hombre consumido por la pe– nitencia, con el rostro anugado por los años, con aspecto melancólico, con instrumentos de peniten– cia, aunque atraiga la mirada de los artistas y lo reproduzcan millares de veces, como ocurre con San Jerónimo, no será nunca popular. La penitencia, la mortificación, el desgaste de los años es algo que, naturalmente, se aborrece. Por eso no es de extrañar que muchos santos, a pesar de sus muchas y heroicas virtudes y de sus maravillosas obras, no resulten populares._ Puede ser

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