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HA MUERTO EL SANTO 167 al fin tuvieron que someterse a la voluntad de los superiores. A pesar de todo, las autoridades toma– ron toda suerte de precauciones para evitar violen– cias durante el traslado de los restos del Santo a Santa María. El traslado constituyó una verdadera apoteosis. Acudió para ello a Arcella todo el Clero secular y regular con el Obispo y el Provincial de los Frai– les Menores, seguidos del Ayuntamiento en pleno, a quienes seguían un numeroso gentío. Se puede de– cir que toda Padua se había reunido para acompa– ñar al Santo, que consideraba como suyo, a fin de hacerle objeto de las más fervientes veneraciones. El Obispo levantó el cadáver. Tras esto, se organizó una solemne procesión fúnebre. Entre las luces de los cirios y de las hachas que portaban en sus ma– nos los acompañantes y al sonido monorrítmico de los salmos e himnos que resonaban por los aires, desfilaba lentamente la procesión, que más que un cortejo fúnebre parecía la marcha triunfal de un héroe vencedor en mil batallas. Entraron en Santa María. Posaron el cadáver y se celebraron solemnes exequias, y, por fin, el cuerpo del bendito Santo de Padua recibió sepul– tura en la iglesia de aquel convento, para él tan que• rido. Era martes, 17 de junio de 1231. Lo más digno de admirar es que precisamente en aquel martes, día del entierro de San Antonio, en

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