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160 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. pió las ligaduras que la ataban al cuerpo y voló a la mansión de los bienaventurados. Cuentan que en el instante mismo de su muerte, se apareció a su amigo Tomás Gallo, el Abad de Vercelli, y tras un saludo cortés, le dijo: -Querido Abad, he dejado el asnillo en Padua y ahora me voy a la patria. Tras esto desapareció. El Abad quedó sorprendido. Pensó que su joven amigo se iría a Portugal, su patria natal, por lo cual venía a despedirle. Como le pareció muy corta aquella despedida, corrió tras él para gozar un poco más de su compañía, mas no lo halló. Hizo que lo buscaran por el monasterio. Preguntó por él a todos sus monjes y todos le aseguraron no haberle visto. Indagó entre los Frailes Menores de Vercelli por si había pasado por allí y recibió la misma negativa. Después, cuando le llegó la noticia de su falle– cimiento, comprendió que por aquella visión había venido a despedirle para la eternidad. Era viernes, 13 de junio de 1231. La primavera se acercaba a su fin. Fray Antonio comenzaba la eterna primavera del glorioso reino de Dios. Tenía treinta y seis años menos dos meses. Quin– ce los había pasado en el hogar paterno de Lisboa. Diez con los canónigos regulares de San Agustín y once en la Orden Franciscana.

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