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158 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. ba. Lejos de ilusionarse con la mejoría, no pensó sino en disponerse para el viaje a la eternidad. Pidió a un religioso que lo confesara. Después le fue ad– ministrado el Santo Viático. La presencia de Jesús sacramentado en su alma le llenó de fortaleza y de consuelo. Tenía a Jesús en su corazón, al que amaba con todo el incendio de su alma enamorada. Jesús Eucaristía había ·sido el más tierno amor de su vida. Por El había sufrido y luchado; por El se había sacrificado, y había de– fendido valientemente su presencia real en el San– to Sacramento contra los herejes que combatían este Dogma. Se sentía feliz en aquellos momentos. Tras su fervorosa acción de gracias, quiso des– ahogar la alegría represada en su alma y, para ello, entonó su canto predilecto a la Virgen María : O gloriosa Domina. Sus ojos se habían llenado de lágrimas. Lágrimas de amor, de fervorosa devoción, de gratitud, de alegría desbordante y beatífica. De pronto, sus ojos se fijaron en un punto de– terminado. Su rostro parecía inundarse de una luz extraña e irradiando una inefable sonrisa al mismo tiempo pronunció unas palabras que nadie pudo en– tender. Los que se hallaban presentes le creían su– mido en inefable éxtasis. Mas un religioso, que le asistía de cerca, inclinándose hacia él le preguntó con fraternal intimidad : -¿Qué miras, hermano?

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