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XXII «VEO A MI SEÑOR» La vida de Fray Antonio parecía un hilito de agua que está próximo a agotarse. Se acababa por momentos. Lo sabía él, y por eso se sumía en pen– samientos de eternidad. Lo comprendían sus her– manos, que sentían vivamente el fatal desenlace que se presentía, disimulando mal las lágrimas que se escapaban de sus ojos. Después de llegar a Arcella, acomodado en un pobre lecho, quedó unos momentos adormecido. Esto hizo concebir un rayo de esperanza. Pero Fray Antonio conocía muy bien que su fin se aproxima-

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