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154 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. aquella vida santa. Había sido como un heraldo, que de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, había hecho resonar su voz con ecos de eternidad. Una idea le llenaba de consuelo: todo su esfuer– zo había pasado, y en breve esperaba disfrutar del eterno descanso. Había correspondido a la gracia de Dios Había empleado las hermosas cualidades con que la naturaleza le había enriquecido, en el divino servicio y en el apostolado. En medio de sus éxi~os y de sus triunfos, había dado muestra de una humil– dad encantadora. Lejos de extinguir en él el espíritu de oración y devoción, según se lo había aconsejado el Santo Fundador, su fervor había ido creciendo, creciendo incesantemente, hasta poder decirse de él que en aquellos días de retiro espiritual se abrasaba en la divina caridad. Sentía la sublime embriaguez del amor. Sólo faltaba que la muerte viniera a rom– per la delgada tela de su vida para gozar del encuen– tro con Dios y sumergirse en el oceáno del amor beatífico. La vida de Fray Antonio tocaba a su fin. El poema que con ella había ido componiendo ante Dios y ante los hombres comenzaba la última esºro– fa. Un día bajó, como de costumbre, de su celdita para la refección. Mas he aquí que, tomando la frugal comida en compañía de sus Hermanos de reli– gión, se sintió afectado por un malestar general. Sus energías vitales se agotaban. Con la ayuda de sus

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