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140 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. Los habitantes de Padua y sus alrededores esta– ban como electrizados por la elocuencia del Santo Predicador. Corrían presurosos a oírle hasta tal punto que era muy difícil encontrar un puesto entre el audi– torio. Ninguna de las iglesias de la ciudad podía con– tener la gran multitud de hombres y mujeres que acudían a escuchar sus sermones. Fue necesario bus– car un lugar donde pudieran congregarse todos los que ansiaban oir la voz del Santo. Y se habilitó una pradera a las afueras de Padua. Cerraban los comer– ciantes sus tiendas; dejaban los labriegos sus campos y toda la ciudad se quedaba silenciosa y desierta du– rante la predicación de Fray Antonio. El número de los asistentes con frecuencia llegaba a treinta mil. Era tanto el entusiasmo que se había despertado en el pueblo, que muchos se levantaban a media no– che para buscar un puesto de preferencia a fin de me– jor ver al Santo y escuchar su sermón. Se veían ilus– tres caballeros y elegantes damas dejar sus mullidos lechos en las primeras horas de la madrugada y pro– vistos de linternas acudían al lugar de la predicación. Presidía el auditorio el Obispo de Padua, Jacobo Conrado, el cual había recomendado a su Clero que acudiera a escuchar al prodigioso predicador del Evangelio. Ocurría frecuentemente que, en el desborde del entusiasmo popular, muchos fieles se abalanzaban

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