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10 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. magnífica basílica descansan sus restos mortales y son venerados por los fieles de todo el orbe ca– tólico. Era el 15 de agosto de 1195. Lisboa se hallaba engalanada como en las grandes solemnidades. Se celebraba la fiesta del titular de la Santa Iglesia Catedral e iba a dar comienzo la acostumbrada procesión. Las campanas catedralicias y las de las otras iglesias daban al viento el sonoro repique de rns bronces. El ambiente estaba impregnado del per– fume de las flores esparcidas por las calles. En medio del bullicio de la fiesta de la Asun– ción de Nuestra Señora, al pie mismo de la catedral románica, en una contigua casa señorial, tenía lugar un acontecimiento al parecer vulgar, pero que era el principio de una existencia sobre manera bella y de gran resonancia para la Iglesia de Dios. Nacía un niño que había de ser el santo más popular, el más venerado por el pueblo cristiano, a quien hoy llamamos San Antonio de Padua, Doctor de la Igle– '>Ía Universal. Su padre, se llamaba Don Martín de Buillón. Era caballero del Rey Alfonso. Y su madre, Doña María Teresa Tavera. Según antiguas crónicas, cuentan que ambos eran descendientes de nobles familias y te– nían por morada un confortable palacio. Algunos, pretenden probar que Don Martín de Buillón era oriundo de Flandes y descendiente de un célebre

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