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8 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. Y sin más, sale corriendo a abrir. Abierta la puerta, se llena de asombro. No es un pobre co– rriente el que se presenta ante sus ojos. Es un niño encantador en extremo. Mas llega descalzo, cubierto con una sencilla túnica y sobre sus espaldas trae un saquito de mendigo ambulante. Fernando no sabe qué pensar de él. Ya está dispuesto a darle una buena limosna, como se lo pide su generoso co– razón ; mas antes quiere preguntarle: -¿Qué llevas en ese saco? - j Mira! -le dice el pequeño mendigo. Al mismo tiempo, le abre el saquito, y Fer– nando queda todo admirado al ver su contenido. Eran corazones. Corazones vivos y palpitantes que parecían arrojar de sí rojas llamas. Fernando ya no puede resistir el deseo de saber quién habrá de ser aquel niño tan extraño. Por eso le pregunta: -Dime, pequeño, ¿quién eres tú? -Soy hijo de un Rey -le contesta el nmo mendigo- y recorro el mundo mendigando los co– razones de los hombres. Con esta intención he ve– nido a tu casa, pues también quiero y pido tu co– razón. El asombro y la curiosidad de Fernando han llegado a su colmo. No es extraño que le interrogue d,· nuevo: - ¿ Cómo te llamas?

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