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258 VEINTICINCO A"NOS DE APOSTOLADO Y en la evangelización de los indios externos, que viven dispersos por los caños, aunque este oficio lo cumplía constant•e y cabalmente su compañero, el R. P. Santos de Abelgas, mas también él hizo penosas y arriesgadas excursiones en busca de almas, y se gozaba en el Señor con las que conseguía traer para su educación en el internado, donde l es prodigaba todo el cariño, todo el cuidado paternal. Viéndole con unas alpargatas rotas y mojadas, varias veces le dij eron las Hermanas Mi– sioneras: "¿Por qué no se compra unos buenos zapatos ?" A lo que re– plicaba él: "¡Ah! con el valor de ellos puedo comprar un par de cuen– tas de cazabe parn estos indiecitos". En fin, no se podía saber cuáil era su inclinación favorita; en los ministerios eclesiásticos parecía nacido para ellos; en· la escuela s-e en– tregaba a los discípulos con el fervor del más entusiasmado maestro; y en los trabajos materiales difícilmente le aventajaria el más sufrido peón. Nunca los reveses y fracasos apocaron su ánimo, nunca las difi– cu'ltades amilanaron su espíritu; el calor, la lluvia, las inundaciones eran de si-gnificancia nJtla para él. ¡ Cuántas veces s,e le vió trabajar me– tido en fos fangales con el agua a la rodilla! Mas la gota horada la pie– dra, y dichos factores quebraron su férrea naturaleza, pero de una ma– nera fulminante. En el año 1930 le atacoron intensas fiebres con disenteria, de modo que temieron todos un fatal desenQace, pues con ningún remedio mejo– raba. Lograron llevarle a Tu-cupita, donde el doctor RevoHo apurando los r ecurso·s. de su ciencia, consiguió su restablecimient·o,; pero •encargó– Je que tuviera cuidado, porque una repetición de la enfermedad podría ser en él decisiva. Mas, ¿cómo iba a estarse mano sobre mano el que había sido dinamismo toda la vida? Regresó a su querida Misión del Araguaimujo. Vió cómo los traba– jos iban rindien~o ya su fruto; las casas, con alguna aunque_pequeña comodidad; en los colegios, el número se había -elevado a 125 inter– nos ... Mas el culto religioso se celebraba aun en un salón d e la casa, habilitado inte rinamente para capilla. Era preciso dotar la Misión con un templo. si no lujoso, pero más digno de la casa <lel Señor y qu·e inft,mdiera en él ánimo de aquellos indígenas l a veneración, el respeto y alteza de los actos con que el hom– bre rinde tribut·o y homenaje a su Dios, Creador y Redentor. Sintiéndose, pu-es, un tanto· restablecido, empezó a poner manos a la ,obra; cortó la madei-a adecuada, trayéndola desde lejos por el río en grandes balsas; encargó el cemento a Tucupita; pidió el cinc y la Madre Micaela, Sup,eriora de las Hermanas ,Misioneras s,e lo consiguió de li– mosna en Caracas; acumuló piedra, granzón y arena, ayudándole en estos arduos trabajos el Padre Santos de Abelgas y Fray Rogelio de Val-

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