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-¡Gracias! No puedo detenerme. Le recuerdo mi encargo. Adiós. -Descuide el bendito Cura. El Señor le acompañe. Y desafiando un solazo de fuego, nos lanzamos al ca– mino. 6 .-LOS CL AVE LES. En las pi-imeras hor~s de la tarde llegamos a l a ca– sona solariega del señor Méndez, llamada Los Claveles. Habíamos trotado once leguas y decidí pernoctar. Al día siguiente temprano, saco los ornamentos sa– grados de las alforjas, pongo el ara y los manteles sobre una mesita, el crucifijo contra la pared, dos velas sobre el cuello de unas botellas, y empiezo el santo sacrificio de la Misa .sin acólito y sin campanilla. Acto ·seguido bauticé dos niños, mientl'8s el negrito iba por el caballo que pusiera a .pastar amarrado la no– che anterior, pero no lo encontró. Rota la cuerda se ha– bía escapado. El señor Méndez salió con dos sirvientes, montando cada uno su mula, y, después de coner la tar– de, lograron . ap1·esarlo. Fuéme forzoso permanecer otra noche, reanudando la marcha al día siguiente de madru– gada con mi amigo. El señor Méndez es un hidalgo fino y hospitalario. Propietario de cuatro leguas de terreno, cultiva el predio y cuenta sus cuatrocientas cabezas de ganado vacuno. Salimos al romper el alba. ¡Llanura y más llanura! Las cimas se destacaban en lontananza con sus perfiles so– bre el azul puro del cielo. Miraba yo el grandioso espec~ táculo con los ojos dilatados, mudo de emoción, cuando de improviso nos . rodeó una brutal plaga de mosquitos 39

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