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de triste apaúencia, que semejaba una molécula flotan• do en el vacío infinitesimal de aquellos estepales. -¡Paz sea en esta casa y con sus habitantes! -gn– té desde la tranquera, sin apearme. A poco, por ent1:e la puerta, que era un cuero vacuno, asoma la faz de cierta mujer entrada en años, y recono-· ciéndome por la vestimenta -que llevaba más de cuatro girones- tornó su adustez en alegría y exclamó: -¡Oh, bendito Cma ! ¿A onde por aquí? Desmonte. Bie,n pueda pasar. -No, señora, muchas gracias; vengo de tránsito y con prisa. Al regreso me detendré. ¿ Vive usted sola en esta calcinante soledad? -No, señor, bendito Cura. Mi marido está pal pue– blo a vender unas cuentas de cazabe y traer remedios pa dos hijos que tengo enfermos con fiebre. La hija mayor está lavando en la hondoná, y otro de los hijos anda poa• hí aguaitando unos mautes. -¿ Y no hay más casas por estos contornos? -Sí, señor, bendito Cura; hay muchas poahí regás. -¿ Y niños sin bautizar? -¡Pues no! Los hay como arenas. ¡Si nunca viene Cura por estos asientos! Yo he oído que hay casaos tua– vía herejes (llaman allí herejes a los no bautizados). Y va a ver usté bien cimarrones, que pa sujetalos, ¡ni con mecate! -¡Bien, bien! Todo se andará si la cuerda no se rompe. Usted avise, para que dentro de seis días se re• únan todos en este lugar. ¿Y no tendrá usted algo que me refresque? Plátanos, alguna fruta ... -No, señor, bendito Cura; lo único que tengo es. un poquito de Papelón. Si quié usté que le haga un gua– rapo ... 38
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