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buenos operarios, y nos dirijimos a la casa parroquial en espera de algún alivio y descanso. Platos, tazas, copas, salidas y entradas, y entre cada !iervicio un antibor:ramiento de preguntas sobre España, soh:re la patria querida de la cual estaba ausente hacía on– ce años el mencionado párroco... Y mientras nosotros co– míamos, colgaba él las hamacas de sus respectivas alca– yatas a lo largo del corredor, y volvía para hacernos nuevas preguntas sobre los conventos de la Provincia ca– puchina, sobre los hermanos de hábito, sobre... mil cosas. -Pero, en fin -dijo a una de éstas-, ustedes es– tarán muy cansados del viaje y de tantas preguntas co– mo les he hecho. Mejor es que reposen un poco. -¿ Y cama para dormir? -le pregunto. -¿Cama?-repuso él-. ¡Ay, mi hijo! Eso es lujo por aquí. Sin embargo, las hamacas que he dispuesto a lo largo del corredor la suplen admirablemente. Prué– belo. Iba a hacerlo, cuando otro compañero me cogió la delantera con tan mala fortuna que, por no abrirla lo su– ficiente, no hizo sino entrar por un lado y caer redondo por el otro al suelo. Aprendimos los demás en cabeza ajena y, al fin, nos acomodamos, aunque no del todo a gusto. Con unas cosas y otras empezó a anochecer, y con la noche se levantó un cencerreo lejano, el cual se iba agran– dando, agrandando en proporción que oscurecía. Esto trajo a mi mente el hecho de aquellos pastores extreme– ños que a la entrada del verano trasladaban sus :rebaños de ovejas para Extremadura, pasando por mi pueblo. Así, pregunto a Monseñor: ~¿ Un rebaño de merinas? 28

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