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:ton a asarlo a fuego lento. Mientras tanto, el padre Ce– sáreo y yo remontamos un trecho el Paragua, para ver si podíamos precisar mejor sus cabeceras. Mas la navega– ción se hacía imposible; todo era una pura torrentera entre peñascos y pedregales. No podíamos utilizar el motor en lo más mínimo, y a palanca nos era tan costoso, con peligro de que la canoa se desfondase al ir l'Odando continuamente sobre piedras, que hubimos de desistir y volvernos para atrás. Ya en la tarde llegamos a la casa de los schirianás y, dejados los tres indios que de aquí habíamos tomado, fuimos a dormir un poco más abajo de la boca del Pao, afluente del Paragua por la margen izquierda. Al día siguiente rompimos temprano la marcha y an• tes de mediodía estábamos en Kirikirí-merú, lugar don– de el otro motor se nos había ido al fondo. Como los indios que habíamos dejado no habían podido o no ha– bían querido localizarlo, acampamos para hacer el úl– timo esfuerzo, y después de muchos buceos y tiradas de garfios y garabatos, vino a aparecer. Lo sacamos, pero ya no pudimos utilizarlo más en todo el viaje. Dormimos allí y bajamos de mañana al salto de Mai– hia, tocando en la casa donde habíamos dejado el fuer– te de nuestro cargamento. Aquí nos esperaban los indios de Mo-mu-rán y varios Uaikas, procedentes del Caura o Merevarí, que andaban de paseo. Bautizamos siete ni• ños y seguimos hasta Osoi-merú, donde nos sorprendió un fuerte aguacero, obligándonos a acampar en un lugar lle– no de bachacos y de comején. Sin novedad alguna, ni cosa digna de contar, segui• mos bajando el río Paragua durante siete días, unas ve• ces al sol, otrns a la sombra, con buen tiempo unas veces y con lluvi~ otras. 327

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