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ble a motor, por lo que dejando éste y la gasolina en tie– rra, seguimos a canalete. Había sitios en los que el río estaba casi obstruido por los árboles y troncones, tenien– do que pasar la curiara por encima de ellos. En otros, el lecho era todo de pedruscos y cantos rodados que ame– nazaban desfondar la curiara. Había muchos peces, dan– tas, venados, y las orillas eran un continuado mereyal. Al día siguiente tuvimos que dejar también la ca– noa, hacer nuestro guayare y, camina caminando, diri– girnos por tierra a la frontera. Dormimos en la falda del empinado cerro Piasaví. Despertamos poco antes de las seis y sentíamos un frío penetrante; el rocío empañaba la manta con que nos cobijábamos. Seguimos la marcha a pie. Comprendíamos, por la ascensión, que eran muy pocos los kilómetl'Os que nos faltaban para llegar a la propia frontera. Media ho– ra más tarde estábamos en la cima del cerro. Aquí em– pezaba una pica ancha que la comisión de límites Ve– nezolana y Brasileña abrió para la determinación de la línea, y al cuarto de hora encontramos un pilar de mam– postería, como de un metro de alto, en forma de pirámi– de, en el que se leía por un lado «Venezuela>>, y por el opuesto «Brasil». La comisión de límites que puso dicho marco había llegado hasta este lugar viniendo por la par– te del Brasil. Bajando la loma por el lado opuesto encontramos una quebrada , la de Surapái, que corre hacia Ríoblanco y es afluente del río Urarikaprá por la margen derecha, según me aseguraron los indios. La contravertiente de es-. ta quebrada, por el lado de Venezuela, es el río Parami– chí, afluente del Paragua por la margen derecha, según dijimos. De lo cual se infiere que la cabecera del propio Paragua está bastante más al Suroeste de la del Urari- 325
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