BCCCAP00000000000000000000745

Bogábamos con cierto temor, pues éstos eran los in– dios de quienes tanto habíamos oído hablar, que si eran feroces, antropófagos, irreductibles y mil historias más. Tenían la casa estratégicamente situada sobre una loma escabrosa, desde la cual se dominaba toda la curva que allí hace el río y gran parte de su curso superior e infe– rior. Así que ellos oyeron el extraño ruido del motor, sa– lieron a ver de qué se trataba, y en lo que nos reconocie– ron, se ocultaron. Fuimos nosotros dando vuelta al mon– tículo en busca de puerto, mas no lo hallábamos; todo el borde era de acantilado. Al fin, nos metimos por un ria– chuelo cubie1·to de arboleda, que había en el término de la loma, y a los pocos pasos dimos con el pue1·to ; pero so– bre él, de uno y otro lado, había diez mocetones desnudos y fornidos, machete en alto. Los pelos se nos crisparon y la carne se nos puso como de gallina. Mudos, aterrados, no nos atrevimos a proferir una palabra ni a movernos. Allí nos paramos en medio del río, clavando en ellos nues. tra mirada y ellos con la vista fija en nosotros. Después de un rato de no moverse nadie por ninguna de las dos partes, dijimos al indio que llevábamos de in– térprete que les hablara dándoles a entender cómo nos– otros íbamos únicamente a visitarlos y a regalarles algu– nos objetos; pero el indio no se atrevió a abrir su boca. Al fin, resolví salir de aquella situación embarazosa, y dije a mi compañero: -Quédese aquí por si acaso; yo voy a saltar, sea lo que Dios quiera. Puse pie en tierra, y el más viejo de los indios se adelanta, me da con el índice en la boca del estómago y me dice: -Pondó. Luego, colocando la mano sobre su pecho, añade: 322

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz