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secciones, que por todo tendrán unos doce metros de caída, pero lo que es propiamente el salto no pasa de cinco metros. Se caleteó la carga, remontando después la canoa «a cabo» por los raudales, y al llegar a la pata del salto hubo que sacarla a tierra y subirla por una pica que a través del cerro abrieron en tiempos antiguos -diz que los indios caribes-; el cerro se llama Montatepuí. Al otro día nos metimos por el río Pao, afluente del Antavari en la margen derecha. Casi todo él tuvimO!! que subirlo impulsando la canoaa con palancas, pues su cauce era muy bajo y no daba suficiente calado para la hélice del motor. Dos indios, de pie en la angosta y ce– losa canoa, las manejaban con arte y compás admirables; metíanlas en el agua y, oprimiéndolas con las manos, hombros y vientre, hacían avanzar la embarcación. A lrui doce llegamos a un asiento minero, propiedad del señor J. M. Modón, quien trabajaba allí en la extracción de oro con cuatro cl'iollos y algunos indios del Anatavari, Karún y Mari. Nos hospedamos en casa de él e hicimoe reunir a todos los indios que allí vivían trabajando y otros que moraban más arriba para adoctrinarles en la fe cristiana, y al día siguiente, después de celebrada la santa Misa, que hicimos oír a los indios, y bautizados ocho niñitos, regresamos en dos jornadas a la boca del Antavari. 8.-DEL KARUN POR EL PARAGUA AL MARI. Recogidas aquí todas las cargas que habíamos deja– do, salimos a las siete de la mañana, y al poco rato en– contramos dos curiaras de indios que remontaban el Ka– rún, los cuales así que nos vieron, dejando las canoas, !!e escondieron en el monte. Acercámonos y en su lengua 314
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