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a recibirnos a la orilla del río y preguntaron a nuestros indios que les dijeran la verdad si nosotros éramos gen– te buena o mala. Pero a poco se fueron serenando y lle– gamos hasta la casa de ellos. Hacía poco que el capitán o jefe de la casa había muerto de repente -según ellos, lo había matado Kanaima-, y lo tenían enterrado den– tro de la misma casa donde vivían, y encima de la se– pultura había palos quemados con manifiesta señal de que prendían allí fuego. Como aún estaban algo rncelo– sos, o desconfiados, no quisimos dormir en la casa de ellos para no causarles inquietud y nos fuimos a pasar la noche en un ranchito que tienen cerca del puerto. Por la mañana temprano volvimos a su casa, les bau– tizamos los niños, y al mayor de ellos, que sabía areku– na, aspé y arutaní, lo llevamos para que nos sirviera de intérprete más adelante. Aunque había otra casa de indios unas horas más arriba, no subimos hasta ella porque el motor no quería funcionar. Tomamos nota de los que eran y bajamos a canalete hasta Munadak, donde ya el amigo Alfredo nos tenía compuesto el otro motor y en un momento nos compuso también éste. Luego bajamos a la boca del Antavari, donde habíamos dejado la otra canoa con el resto de la carga. Los indios de gua1·dia nos estaban es– perando con un báquiro recién cazado, y allí pasamos el resto del día con su noche. En amaneciendo, que amaneció, subimos por e] A~– tavari, río de bastante corriente y raudales impetuosos. En el trayecto vimos varios rastrojales que, según nos d ijeron, eran asientos de indios Pauaná, Mañonkón y también Arckunas. A las doce .llegamos al raudal Capu– re, y media hora más tarde al salto de El Payaso, llama– do por los indios Montá-merú. Este se divide en varias 313
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