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nñones largos y apacibles. A las once empezaron a aso– mar las crestas de Karapué y Tukui-uokiyén, y a las treíl je la tarde llegamos al salto de Karapué, en el comien– Jo de esas serranías. Otra vez las cargas a tierra, lleváu– )olas a hombro hasta la parte arriba del salto. El día 25, temprano, arrasti·amos las canoas, y a poco ~ navegar dimos con otro raudal, el de Karapachimá, ~ue tuvimos que subir a «la espíall, A las diez llegamos .1 una casa de indios sita junto al raudal de Asarí, vero estaba desierta. Seguimos viaje, y una hora más larde nos metimos por la quebrada de Parupa, donde 1abía también indios, según nos dijeron los bogas, pero ,staba igualmente vacía. Tornamos al Paragua, y a las res de la tarde dimos con otra casa de indios junto .l. raudal Aruká-merú, también sin gente. Seguimos has– ''<¡ Einé-parú, río de la olla, así dicho porque en su :wargen izquierda encuentran los indios buena tierra para :-;¡bricar ollas y recipientes de barro. Entramos por el r.:o, pues nos dijeron que más adentro vivía gente, pero la encontramos igualmente desierto, y siendo ya tai·de, resolvimos hacer noche allí. Apenas iniciamos el siguiente día la marcha, al mo– tor se le rompió el pasador de la hélice; compúsose so– bre el mismo río y seguimos, pero no más que a media velocidad, porque el «Johnson» fallaba tamh.ién de algún otro punto. Viendo que adelantábamos muy poco, nos decidimos a examinarlo enfrente de una isla que los in– dios llaman Kamichá-yaunó (isla de la camisa), porque algunos empresarios balateros habían establecido allí su estación en otro tiempo para pagar a los indígenas traba– jadores. A pesar de nuestras indagaciones, como nadie era motorista -ni el que se había ofrecido como tal-, no acertamos con el flaco de la dolencia, y después de 310
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