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petói. Traían las canoas llenas de frutas de cucurito y de merey. Les compramos un tambor y dos membas, que son una especie de bastón, como de un metro, he. cho de madera fina, las cuales usan en los rezos de que hablé más arriba. Arrastramos las embarcaciones a «la espía» por el raudal y poco después de la boca del Toronó, afluente del Paragua por lá margen derecha, empezó a caer un aguacero torrencial que nos caló hasta los huesos. Al– gunos de los indios que llevábamos atribuyeron este aguacero a enojo de los Mavarí por haber negociado las membas, que para ellos son una cosa sagrada. Acampa– mos en un 1·ecodo que había más arriba y allí aguanta– mos el aguacero, que continuó toda la noche. Con la ropa mojada emprendimos la marcha el día siguiente a las seis de la mañana, despacio porque la fuerza del río era impetuo:·a. A las diez teníamos en la margen derecha las grandes moles de Aradamba, Uaiki– nimá y Mar.ipak-tepuí, cerros imponentes, cubiertos de vegetación hasta la cumbre, salvo algunos escarpados gra– níticos. Llegamos al salto de Uaiki.nimá a las doce, y mientras los bogas caleteaban la carga a hombro, nos de– d_icamos nosotros a recoger algunos jaspes de diversos colores que las olas lan:l\an contra la orilla, los cuales pro– vienen de la serranía que se alza en la margen derecha. Tuvimos que acampar en la parte arriba del salto, de– bajo de un mereyal, donde pescamos un mor_ocoto de seis kilos que nos abasteció para esta noche y la mañana siguiente. En ésta lo primero que hicimos, después de cele– brar la santa Misa, que decíamos todos los días, fue arrastrar las canoas hasta arriba del salto. Reanudamos la marcha con tiempo regula1·, rumbo Suroeste, por unos 309
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