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Después de <los días de navegac10n _sin ver gente ni cosa que alegrara la vida, llegamos al salto de Auraimá, que tíene una caída de ocho metros en varias gradacio– nes. Localizan allí los aborígenes una leyenda de dos in– dios hermanos, el mayor de los cuales vive sumergido en un cesto dentro de los grandes remolinos que el agua forma en la parte baja, y el menor, convertido en pa– jarito, salta de rama en rama espiando el tráfico de gente para avisar a su hermano, a fin de que se esconda si son varios los que llegan, o se disponga a engullirlo si es uno sólo el que se aproxima. Nos metimos por la vertiente de la margen izquierda y caleteamos a hombro la carga como un kilómetro has– ta la cima del salto; luego arrastramos las canoas por entre las piedras, operación que nos llevó todo el día, y dispusimos los campamentos de pernoctar en la parte baja, que estaba mejor acondicionada. Pasamos un rato muy divertido pe~cando aimaras con machete. Iban éstas a dormir entre las piedras; al ha– llar una, la encandilábamos con una linterna de pilas eléctricas, y se queda inmóvil, dándonos tiempo a ases– tada el golpe por todo el lomo, que la dejaba seca en el acto. Algunas eran de seis y ocho libras. ¡Qué banqueta– zo nos dimos esa noche y qué desayuno por la mañana! Cada uno comió lo que quiso; llevamos provisiones para todo el día y aún tuvimos que dejar lo que de ningún modo habíamos de comer. Acomodadas las cargas, salimos el día 22 a las diez de la mañana, siguiendo la marcha por un ligero ca– ñón largo y tranquilo vía Suroeste. A las doce llega– mos al raudal de Toronó y, cuando nos disponíamos a atravesarlo, nos sorprendieron tres canoas de indios con un total de nueve personas, las cuales bajaban de Kam- 308

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