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y mientras pasaba de boca en boca la camaza de kachiri, Luis Ledesma, a fuer de letrado entre ellos, les hacía bellas paráfrasis a mis capítulos. 5.-UN SEGUNDO CORO. El jefe, que había permanecido mudo todo el tiem– po, se retiró con unos cuantos a la otra casa sin decir oste ni moste, y como a los diez minutos empieza a llegar a mis oídos un murmullo de oraciones, el cual se agran– daba como el murmullo de una lluvia que se avecina. Contuve hasta la respiración para ver si entendía algo, y sólo pude alcanzar algunas palabras sueltas, como «Chi– chascrái>> (Jesucristo), «MerÍll (Mal'Ía), «Macoitónll (de– monios). Después de media hora la oración continuaba aún en un salmodeo siempre creciente, dejando hondos senti– mientos en mi alma aquella plegaria ininteligible en la apacibilidad de la noche, compuesta de voces graves y blancas; mas nunca me atreví a llegar hasta ellos por temor de interrumpirles. Pedí alguna explicación al crio– llo Ledesma, y éste sólo pudo decirme que eran rezos que ellos prncticaban hacía mucho tiempo. Después de una hora aún seguía el salmodeo, y yo me retiré a mi hamaca, intrigado por no saber lo que xezaban ni el origen de ese rezo, el cual, aunque me olía a protestante, no admitía que hasta allí hubiese llegado su influencia. No bien acomodado, siento unos pasos que hasta mí se acercan, y pulsando tenuemente la hamaca, me dicen en idioma arekuna : -Patre, serekandok kanán (Más cánticos, Padre). 306

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