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Con esto y con todo, puesta nuestra confianza , eill Dios y alentados por la voz de la obediencia, entre los temores de un peligro inminente a cada paso y; la~ es– peranzas de un bien tal útil como apetecido, nos lanza– mos a la aventurada empresa. En Ciudad Bolívar hicimos acopio de todo aquello qlle nos pa1·eció imprescindible para la •realización del viaje, y lo más noble fue la adquisición de dos motores «Johnson)), de diez caballos de fuerza, que generosa– mente nos cedió el Gobierno de Venezuela. Estos, acopla– dos a la canoa por el lado afuera de la borda, harían la navegación mucho más rápida y nos economizaban cua– tro o seis hombres que tendríamos que llevar como reme– ros. Pero no hay atajo sin trabajo, y el de aquí ern que desde la salida teníamos que cargar con el combustible necesario para todo el trayecto, porque ninguna choza indígena tiene venta de gasolina. Metidos todos los bártulos en un camión, nos arre– Uanamos encima de ellos y, a la velocidad que el mal llamado camino nos permitía, corrimos el espacio de no– venta kilómetros que hay entre Ciudad Bolívar y el pue– blo de La Paragua en doce horas. 3.--EN BUSCA DE GUIAS. Este pueblo f.ue fundado sobre la margen izquierda del :río Paragua en 1770 por los Capuchinos catalanes, con el nombre de San Isidro de Barceloneta. Para la fe. cha de 1860 contaba quinientos habitantes; hoy escasa– mente llega a los doscientos, y es el límite de la civili– zación por este lado Sur del Estado Bolívar, en Venezue– la. Desde aquí hasta las cabeceras del río, que es un
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