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ver quién da más fuerte el espolonazo, y un nutrido co· r ro con risas y palabrotas hurreaba ora al uno, otra al otro. Me escurrí por entre la multitud, y llegué a colocar- me junto a los vates. Todos celebi-aron mi JJl'escncia. -¡Ah Padre que vale! - ¡Este sí es un Padre popular! -Pues lo que es a mí, me gustan los curns parran- deros. O:h-eciéronme una s.illa, y los cantaores improvisaron versos en mi honor. En lo que soltaron unas cuantas seguidillas, se cua– drn uno, y con aire de satisfacción me pregunta: -¿ Qué le parece, bendito cura, nuestra pauanda? --No está mal -dije-; pero ahora me toca a mí. Me levanto -expectación en el corro-, y prosigo: Así como yo he venido a ver nuestra fiesta y así como to– dos habéis concurrido prontamente a este regocijo mate• rial, así debéis vosotros asistir mañana a la fiesta mía en la capilla y concurrir todos al regocijo espiritual, que sólo podéis tener las raras ocasiones en que el Padre vie– ne a veros-. Callé. : -¿ Y esta pará quién la vuelve? -grita uno. -¡Este sí es un cura que vale! -exclama otro. - ¡Ah Padrecito y sus cosas! Y el corro se disolvió comentando el suceso. Mas la pará hizo efecto. Los días siguientes no dejaron de as.istir a la iglesia sino los inválidos. Con ésta y otras trazas semejantes, caños arriba, ca– ños ahajo, me industriaba para alimentar con el manjar de la divina palabra a aquellas almas que, aunque cul– tas y civilizadas, crecían en la vida como ovejas sin pas– tor.. 299

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