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gentes que gustaban de conversar con el Padre por lo mis– mo~que no le ven sino de Pascuas a Ramos, la afluencia de muchachitos juguetones que ven con asombro cuanto el Padre hace y dice porque nunca le han visto, la ale– gría y jolgorio de molzabetes que rondan las calles con sus cuatro y sus maracas y, sobre todo, aquél asistir con devoción y rezar y vei· los divinos oficios siquiera una vez al año en la capilla pobremente improvisada. El con– suelo llegaba a los lindes de lo inefable cuando con este motivo la maestra del caserío preparaba de antemano una tanda de niños y niñas para recibir la primera co– munión ; las emociones que en tales momentos embargan el ánimo en las populosas urbes donde el acto se celebra con todo esplendor y ornato, embargan también aquí, mas aquí :Elºr modo dil:erente, pues la ausencia de lo sensíhle, da pleno campo a los goces del espíritu. 10.--«AH.ORA ME TOCA A Mb. Pero no todo el monte es orégano, y así me sucedió que en cierta ocasión llegué a un caserío donde la asís• tencia a la iglesia brilló al principio por la falta de fie– les; cuatro niños al catecismo, dos viejas al rosario, y la misa la decía yo sin monaguillo, oyéndola las paredes. En cambio, la parranda fue animada desde el inicio. La segunda noche, cuando ya me hallaba yo acos– tado pensando qué trazas me daría para lograr que la gente asistiera a los actos religiosos, empiezo a oír una musiqu.illa y un rumor de voces que se agrandaban por momentos. La curiosidad me hizo saltar de la hamaca y asomé a la puerta para verlo. La. juerga era en un ta– rantín de enfrente donde un hombre rascaba con garbo el cuatro; otros dos, alternando, improvisaban recitados poéticos a competencia, como dos gallos de pelea por 298

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