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los padres Capuchinos en 1919, empieza el rápido pro– greso de esta ciudad en casi todos los órdenes. Pueblo re– ligioso con sacerdote marcha hacia el progreso; pueblo sin sacerdote que no practica la religión ~Íl hacia la ruina. Gente buena, de trato llano y afable son los habitan– tes de Tucupita, tanto que desde el primer día me sen– tí familiar entre ellos; y eso que poco moraba en la capital, pues dejando al párroco las atenciones de la urbe, mi apostolado era ambulante, entre los sencillos aldea– nos, que viven dispersos por las haciendas de café y cacao. 9.-CAÑOS ARRIBA, CAÑOS ABAJO. ¡Caños arriba, caños abajo! ... En el centro de una estrecha piragua colocaba mi baúl, donde iban los or- . namentos de la misa y ciertas pequeñeces ; encima me sentaba yo con un salakof en la cabeza para defenderme de los rayos del sol; un remero en la proa, otro en la popa, y, sin alardes de comodidad ni pretensiones de ra– pidez, caños arriba, caños abajo, iba de caserío en case– río, de hacienda en hacienda, esparciendo la semilla del Evangelio, bautizando a los niños, enseñando el catecis– mo a los muchachos, aconsejando a los jóvenes, sermo– neando a los viejos, y compartiendo la vida precaria de aquellos resignados labradores. Tenía ms trabajos y tenía sus consuelos esta vida errante. A los ~rdores del sol que tuestan la piel, a las lluvias torrenciales que calan los huesos, a las picaduras de insectos que envenenan la sangre, y a la falta de tan– tas cosas que uno precisa y no encuentra por más que busque, sucedíanse la llaneza y afabilidad de aquellas 297
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