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sectores de la nación nuestra pérdida y hallazgo. La pren– f;a y la radio no habían deJado ni un solo día, desde que desaparecimos hasta que fuimos puestos a salvo, de co– municar cuanta noticia, cierta o probable, llegaba a su oficina. El público estuvo pendiente siempre de esas noticias, y arrebataba los periódicos a los vendedores, y tenía continuamente abie1·to su aparato receptor de las ondas hertzianas. El Gobierno desplegó una actividad digna de todo encomio, enviando nutridas comisiones por aire, por agua y por tierra a todos los puntos que ofre– cían alguna probabilidad de hallarnos 1 aunque fuese te– nue. Oí qué sólo en combustible se habían gastado más de once mil galones. La generosidad y la amabilidad de todos los venezolanos quedó brillantemente rubricada con este hecho. Mi gratitud para todos perdurará con el ca– rácter de esos favores que, una vez recibidos, no se olvidan jamás. Tampoco consintió el Gobierno que los cadáveres de los infortunados quedarnn sin rescate, y así luego que nos vio a nosotros a salvo, ordenó la exhumación de aquéllos con las debidas precauciones. El de Alfonso Duque fue llevado al cementerio de Tumereno, cerca de su familia; el de Mr. Frederick D. Grab fue traído a Caracas y entregado a la Embajada norteamericana. Consecuente ésta con el cambio de religión que el fi. nado había hecho en los últimos momentos de su vida, me encomendó hacerles las honras fúnebres según el rito Católico-Romano. Celebré en la iglesia de los Padres Capuchinos de La Merced una Misa de Requiem solem– ne, a la que asistió el Cuerpo Diplomático nol"teamerica• no con altos funcionarios de Venezuela, y, al ser embar– cados los restos rumbo a su país natal, les hice sobre el muelle los últimos oficios eclesiásticos de despedida. 295

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