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Estaba lloviendo a cántaros cuando llegó la gente de su campamento. Mas esto no fue obstáculo para que en un dos por tres cortaran los palos, los afincaran en el suelo, los ataran con bejucos, los cubrieran con ho– jas de palma y nos colocaran dentro a descansar. Eran sesenta hombres, y aquello parecía un enjambre de abe– jas oficiosas cumpliendo cada cual su oficio, todos con la mayor alegría y contento, po1·que nos creían muertos y nos habían hallado vivos. Esa primera tarde y noche no nos diernn sino cal• dos jugosos, pues nuestro estómago estaba tan reducido según el diagnóstico del doctor, que sólo gradualmente podía recibir sólidos. Pero, ¡cuán distintamente nos sen– tíamos de las noches anteriores! ... con alimentos calien– tes, con médico y medicinas, con aquella patrulla de gen– tes alegres, comandada por el general Carlos Rivera , Ins– pector Nacional de Fronteras, hombre todo bondad, de co r azón más grande que su estatura -y asomaban sus hombros por encima de todas las cabezas-. No hubo cabo que no aga r rase para procurarnos el más posible confort. Dormimos tranquilos , anullados por las canciones de aquellos rumberos, la mayoría de los cuales eran sen– ciUos, trabajadores, dicharacheros, que se deshacían en expTesiones de júbilo por nuestro hallazgo, y sentía enor– memente no tener allí un cuatro o una bandurria para bailar _;oropos en nuestro obsequio. 2,-LA ORACION DEL RUMBERO. Ju nto a mi hamaca estaba la del piloto Marcano. Los párpados se nos iban volviendo ya de plomo. Ca• 286

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