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---Están ya salvos en poblado -contestó. Después nos fue explicando cómo el día de la salida, en vista de que no encontraban agua, resolvieron, so– bre la marcha, seguir hasta el Cuyuní, encontr~ndolo efectivamente, según yo les había indicado, a los dos días; cómo apareció luego por allí una lancha motora que iba hacia las minas; cómo los recogió y los llevó al pueblQ de El Dorado, donde se formó un batallón de rumheros capitaneados por el general Carlos Rivera, vi– niendo todos con él a la cabeza -los otros dos, Men– doza y Fuenmayor, se quedaron para reponerse de sus lesiones- al sitio donde él había salido con sus compa– ñeros al río ; cómo penetraron por ese punto en la mon– taña , dirección hacia nosotros, y cómo al poco tiempo perdieron el rumbo por no habei· dejado los emigrantes señal de su salida ; cómo anduvieron diez días, tronchan– do y rompiendo malezas, de un lado para otl'O, sin en– contrar los vestigios y cómo hoy dieron con nosotros mer– ced al ti1·0 que habíamos disparado contra el loro. -¡Loro providencial! ¡Loro que salvaste tu vida y la de cuatro seres humanos! ¿ Quién te condujo hasta aquellas negras soledades? Continúó diciéndonos Salazal' cómo hacía tres días ha– bían pasado ellos a menos ,de doscientos metros de dis– tancia de nosotros; mas, p01·que no hubo tiro en aquella precisa hora, no había habido encuentro. ¡Bueno de haberlo sabido! Porque, ¿, quién iba a es– t ar disparando durante quince días cada quince minutos? Todo nuestro pertrecho eran veinte cartuchos. --Nadie cree- prosiguió Salazar- que a esta fecha están ustedes vivos. La orden que del jefe teníamos era regresar al campamento tan pronto como viéramos a distancia el avión destrnzado, para que fuese u na com1- 283

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