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11.-UN LORO SOBRE LAS RAMAS. Y amaneció el día quince de nuestra caída, que coin· cidió ser en aquel entonces el prime1· viernes del mes de mayo: dos motivos espirituales que despertaron mi mente adormecida para pedir con intensidad por mi salvación y la de los que me Jodeaban. ¡Pl'imer viernes de mes, consagrado al Corazón Sacratísimo de Jesús! ¡Mes de ma– yo, dedicado a nuestl'a dulcísima Madl'e la Virgen Ma– ría ! Si el auxilio nos ha de venil' del cielo, ningún día más propicio que hoy. Y se lo pedí con confianza al Sa– grndo Cornzón de Jesús, poniendo por intercesora a la Santísima Virgen rezándola el «Acordaos>i. A las diez y media, hora precisa en que había sido el acontecimiento trágico de nuestrn accidente, un loro o guamacayo se puso a cantul'Íea1· en las altas ramas del árbol bajo el cual yacíamos nosotros con. la ansiedad de un alma eli pena. ¡Qué raro! ¡Un loro por aquellas so– l edades, por las que no había aparecido en los quince días ningún animal ni otro sel' volátil que los necrófagos ·za– muros! Tanto más raro y misterioso ern esto sabiendo que los loros salvajes nunca andan solos, sino en banda– das, o por lo menos en parejas. El loro cantaba y canturreaba , o mejor dicho, graz– naba, que no otra cosa saben hacer los loros salvajes. -Pache -dice Marcano-, oiga ese loro. ¿No podrá usted matado? ¡Qué banquete nos dal'Íamos ! ¡Con el hambre que tenemos !... -Mucho lo dudo, Marcano. Nunca he sido tirador, y además, no sé si acertaré a ve rlo, ·pues parece que está muy alto. Sin embargo, por complacerlos y para que se ani– maran viendo que aún hacía por ellos algo, me incorporo .

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