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Por eso te digo que me invade la persuas10n de que he– mos de ser salvos, de que el auxilio nos llegará más tarde o más temprano ; no sé por dónde --Dios lo sabe-, pero no: llegará antes de que muramos, o Dios nos con– servará la vida hasta que el auxilio llegue'. 10,-AGONIAS, Penetrante y pestilente, impregnando la atmósfera, el olor de los cadáveres venía cada vez más denso. Si abríamos la boca para respirar o hablar, sentíamos que se llenaba de aquella vileza. Era carne hecha aire, y tan áspero el olor que, a veces, sacudíamos los brazos aven– tándolo. En el aluminio bi-illanf ;: del ala, bajo la cual yacía– mos, anotábamos con lápiz los días transcurridos y escl'Í– bíamos los hechos más salientes de nuestra tragedia. Las noches taciturnas constituían un infierno, Se re– producían las pesadillas acrecentadas. A cada momento nos pa1·ecía oir un tiro. - ¡Qué emoción -exclamó Marcano una vez- si vié– semos gente o si oyésemos un tiro de verdad! Sonrió Mr. Perry y dijo: -En tiempos de guerra ni queremos oir tiros ni ver caras. ¡Lo que son las cosas! Así pasamos en la mayor inanición el día doce, el día trece, el día catorce... Nuestra vida se iba extinguiendo lentamente, como una vela que se apaga por :falta de cera. No teníamos ya sensación en las extremidades; sólo un poco de calor en el pecho, lo suficiente para que siguiera latiendo el co– razón. 277
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