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Al servirle el chocolate (cuando lo tuYimos ), o las po• marosas (cuando las conseguía) , me daba las gracias muy cumplido diciendo que yo era un excelente cama1·ero. Siemp1·e estuvo de buen humor. ¿ Y el piloto Marcano? No hallo palabras para pon· dernrle como es debido. Su actuación ante la desgracia que se cernía fue impecable, y merced a ella tuvimos el mínimum de desastre ante el máximum de peligro. Con él me identifiqué después de tal manera por su buen ca– rácter, por su mejor corazón, que llegamos a tratarnos como íntimos hermanos. No niego que quizá mis cuidados le sacaron a flote de la gravedad en que se hundía, pero también 1econozco que debido a él no perdí yo mis alien– tos, que tal vez no hubiese resistido lo que resistí de no haber encontrado en él la bondad y jovialidad que mucho me atenuaron el hambre y la sed, y, aunque sus heridas poco le permitieron trabajar, pero no dejó de arrimar el hombro siempre que pudo. Con un compañero como Mar– cano se va hasta el fin del mundo por encima de obstácu– los y contratiempos. Nueve personas éramos del raid aéreo la carga... Una pereció envuelta en la catástrofe. Tres saliemn para afuera inmediatamente después de ella. Otra dejó de existir a los nu e ve días. Quedábamos cuatro en el corazón de la selva: cuatro seres flácidos, hambrientos, sin me– dios para valernos, esperando el auxilio de donde viniera. Seis más aguantamos, esperando contra toda espe– rnnza, metidos bajo el ala del avión, sin probar bocado, bebiendo cuando llovía. Y a no salíamos a prender hoguera cuando zumbaban los aviones sobre nuestras cabezas, porque estábamos sin 274
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