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del cuerpo hasta el lugar donde yacía Alfonso Duque. Tres descansos tuvimos que hacer en el trayecto de vein– te metros. ¡Oh, cómo quisiéramos haberle llevado en pal– mitas ! ¡Cómo quisiéramos haberle hecho honrosa sepul– tura ! Pero bien lo saben él y Dios que no pudimos hacer otro casa mejor. 8.-LOS SUPERVIVIENTES. Hasta aquí, poco he hablado de Lina Vallés, y poco tengo que hablar, porque nada dio que hacer y sí mu• cho que admirar. Un hueso dislocado debe ser una cosa terrible entre las terribles, y más el fémur, que la impo– sib.ilitaba par a el menor movimiento. Sin embargo, en todos los días de nuestra permanencia aislada no la oí una queja, no la vi una lágrima . Partíaseme el corazón al pensar cuán sola se sentía ella, más sola que nosotros porque no tenía olra mujer que la acompañase y en quien depositar sus ·confianzas. -¿Alguna cosa desea, señora Lina? ¿,No necesita nada"t -Nada, pad1·e; un poquito de agua. Por lo demás voy pasando -contestaba siempre-. ¡Con qué pacien– cia, con qué r esignación lo llevó todo ! Mr. Perry seguía con sus desvaríos, llamando al waiter de cuando en cuando, pero nunca para otras exigencias mayores que para pedir un orange juice or lemonade, y que al fin ee contentaba con agua si la había. Cuando me veía calentando afanoso el agua o haciendo el chocolate, llamaba a Marcano y le preguntaba: --Dígame, joven; ése que está en cuclillas, ¿es el nuevo cocinero del hotel? Pues si lo es, ¿dónde está su gorro blanco? 273

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