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ron a abl'irse, y ahora destilaban un agua amarilla por las grietas, haciéndole sufrir horriblemente. El día octavo me llama y me dice: -Padre, yo me siento morir. Creo que para mí ya no hay salvación, aunque llegue hoy el auxilio. Le doy ex– presivas gracias por todo lo que me ha ayudado y le pido un nuevo favor; que guarde esta maquinita -era una cámara fotográfica- para que se la entregue a mi seño– ra como último i-ecuerdo de su esposo, si es que sale us– ted de aquí con vida. También le agradecería, si puede hacerlo, que me diera el bautismo católico. Las lágrimas brotaban de mis ojos y de los de Mar– cano al ver cómo el buen amigo Mr. G1·ah se nos iba en aquel trance tan espantoso sin que pudiéramos hacer algo por él. Ni siquiera podía administrarle el santo bautismo, po1·qne no había agua. Claro que, para su salvación, érale .illficiente el bautismo de deseo. Mas, sin duda, que se setiría muy feliz de verlo perfeccionado con el rito externo. Yo procmé alentarle diciendo: -Mr. Grnb, no se abata. Usted no está tan mal como se imagina. El auxilio no puede ya dilatarse. Los com• pañeros que salieron en busca del Cuyuní han tenido que llegar ya a él y estarán ahí cerca de regreso con toda cla– se de provisiones. ¿No le parece que es bien triste dejar– se morir a las puertas del rescate? Animo, Mr. Grab, que mañana saldremos para Caracas, y allí en la capital, don– de está su señora esperándole con los hijos y donde hay toda clase de auxilios a pedir de boca, se repondrá pron– to y recibirá el bautismo solemnemente de mis manos o de las de otro ministi·o que usted elija. Confíe en Dios, Mr. G-rah; no se deje vencer por el desaliento. 267

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