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el río Orinoco al verter sus aguas en el Atlántico. Iba– mos bordeando ya el límite de nuestra tierra de promi– i,ión. ¡Júbilo! ¡Risueñas esperanzas! ¡Emociones! ¡Cas– tillos de nobles ideales !... ¡ Vegetación pasmosa! ¡Exuberancia! ¡Frondosidad! Tan tupido se halla el terreno de árboles, cañaverales y hiedras que se encaraman trazando figuras caprichosas, que no permiten ver nada del interior. ¡Manglares! ¡Morichales ! ¡Más moriche y mangle! El moriche es una clase de palmera, que se yergue airosa con hojas en forma de abanico brindando utilida– des sin cuento: sus pencas para techar casas, sus nervios para fabricaciones textiles, su médula para sustituir al pan, su sabia para hacer licores, su fruto para dulces y refrescos... El mangle es un arbusto propio del trópico, que crece en los cenagales salobres y saca sus raíces sobre el cieno, encorvadas caprichosamente a modo de tentácu– los ; su corteza despide un tinte muy utilizado en cur– th.ubres. ¡Río arriba!... Ni una población, ni un desembar– cadero. El vapor lucha contra la fuerza de la corriente que baja impetuosa, porque es la época en que más de cuatrocientos manantiales están surtiendo agua con to– do empuje al Orinoco. El Orinoco es el mayor de los ríos de Venezuela, el tercero de la América del Sur y el quinto del Nuevo Mun– do. Pertenece _al territorio de nuestra Misión desde su encuentro con el Caroní y sigue formando el límite de ella hasta su desembocadura en el mar por el más oc– cidental de sus caños. Como otros ríos, tiene una cre– ciente anual y periódica que comienza generalmente en el mes de abril y termina en agosto. El espectáculo es Yerdaderamente admirable cuando, por causa del crecí- 19

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