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10.-INSEC'l'OS Y ZAMUROS, Con la caída del aguacero vmieron a hacernos com– pañía las moscas del cadáver que, no sólo infectaban el agua, mas nos daban harto que hacer con su atrevida importunidad, posándose en cualquier parte que halla– ban descubierta de nuestro cuerpo. ¡ Y la necedad de di– chos insectos que cuanto más se los espanta, más tercos son en volver! También aparecieron unos pájaros inmundos, los za– muros, que son los buitres de la selva amazónica, los devorado1·es de cuanta carroña deséchan o dejan podrir ]os otros animales. En ese caso venían al olor del cadáver insepulto. Su tamaño es como el de un pavo, color negro, patas grises, pico ganchudo y cabeza calva. Producen un mido sibilante con sus ati, de gran envergadma al po– sarse sobre las ramas de i 1s árboles para examinar el objeto de su refocilamiento o al desprenderse para bajar hasta la presa. Una vez que llegan a ella, no la atacan de inmediato, sino que empiezan a dar saltos alrededor, mirándola con uno y otro ojo, torciendo el descuezo, has– ta que al fin, uno se decide a dar el primer picotazo, y prosiguen los demás, hincando sus garras en el cuerpo fé– tido y dando fuertes halones con el pico. Es inútil espan– tados, pues no se separan sino lo preciso para no ser al– canzados, y vuelven tan pronto como se les deja el siti_o. Es maldad disparar un tiro, porque no huyen aunque cai– ga uno de ellos muerto, y su carne para nada sirve, por– que es dura, negra y hedionda. Por eso corre un agadio en Venezuela de que hacer un trabajo o gasto inútil es gastar pólvora en zamuro. Buenas ganas me die1·on a veces, acuciado por el hambre, de matar uno para aplacar ]os gritos del estóma- 261

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